Hay bastante que decir de una obra tan breve (formada a su vez por la más breve forma de Literatura probablemente en uso: los nanorrelatos o microrrelatos o minirrelatos). Me gustaría empezar por lo más externo, por lo más formal, lo tangencial a la obra en sí, que en este caso tiene un importante contenido. La colección de ciento cuarenta historias que constituye Abominatio es de acceso gratuito en Internet (http://www.edicionesefimeras.com/abominatio.html). Lo cual quiere decir que aquellos que gozamos del privilegio de tarifa plana o aquellos que tengan acceso a las bibliotecas públicas con conexión a la Red, podemos leerla por un coste inapreciable o nulo. La cuestión no es baladí. Pone de manifiesto no sólo la evolución del «libro» como objeto en sí hacia lo inmaterial y la entelequia, sino también el esfuerzo por llegar a un público tecnificado, contemporáneo y que va modificando sus hábitos de lectura desde el papel hacia la pantalla. Se podría hablar mucho sobre este tema, y se está hablando, pero quisiera lanzar una piedra cargada de esperanza si pensamos que, de acuerdo a las editoriales tradicionales con las que vengo hablando, la gente reconoce que lee cada vez menos porque el ordenador le ocupa cada vez más tiempo. Posiblemente una estrategia editorial sería hacerse accesibles a través de la herramienta que está arruinando el negocio: si no puedes con el enemigo, únete a él, que diría el viejo refranero español. Por mucho que, personalmente, me duela decirlo y escribirlo, puesto que soy un amante del libro como objeto, un fetichista del papel.
Pero dejando de lado estos temas de candente actualidad, el contenido de las cortas narraciones abre también algunos debates de interés que serán sorprendentes, dada la necesaria condensación de los mensajes y los detalles por la forma escogida.
Para abrir boca diremos que el conjunto de cuentos viene encabezado por una cita de Clive Barker, el autor de terror más popularmente conocido por la llegada al cine de Hellraiser, película de culto para los amantes del género basada en su homónima novela. La calidad de este autor ha pasado desapercibida sin embargo para el gran público español, a quien sí se le ha proporcionado el camino para llegar a Lovecraft pero que ha sido privado del bellísimo comienzo de Coldheart Canyon, por ejemplo. La cita, de por sí, da bastante de sí como análisis del ser humano y del funcionamiento de su psique. Además la cita, para quien obvia la introducción del autor, sirve de por sí para indicar el tipo de nexo de unión entre los relatos: su temática de terror.
Lo cual, dicho sea de paso, implicaba una nueva barrera o dificultad añadida a la que significa, de por sí, elegir una forma que exige tal concentración de historia, mensaje y efecto final (que casi es el principio). Sin embargo este “más difícil todavía” supone en muchos casos que el autor consigue sacar lo mejor de sí mismo, esforzarse por encontrar la genialidad, la perfección, cuidar cada palabra, cada coma, cada detalle, esenciales todos dada la corta extensión de los textos. Aquí no caben capítulos ni descripciones prescindibles. Todo tiene que ser esencial.
Para cumplir con todos los requisitos el autor recurre, a veces, a símbolos conocidos: el diablo, la gÁ¼ija, el muñeco de vudú, el grimorio, la bestia, el licántropo… aunque mezclados con elementos que señalan una originalidad contemporánea y a veces no carente de humo: la negociación comercial, los Reyes Magos, el inconsciente concierto de música, la metrosexualidad…
Otro elemento que singulariza y enlaza algunos cuentos no es sólo el animismo que alcanzan los objetos, capaces de pensar y reaccionar, sino la cosificación que esos objetos hacen de los seres humanos (la margarita, el tumor, la muñeca de porcelana…). Esos “objetos” nos ven desde la otra barrera, usándonos o considerándonos como nosotros lo hacemos con ellos. A veces el resultado es espeluznante y consigue hacernos pensar sobre lo absurdo del ser humano tanto como sobre la necesidad de esa falta de sentido.
Javier Quevedo hace uso de la crueldad, la ironía, el humor negro, el miedo psicológico y la reflexión, pero pocas veces o ninguna hace concesiones a la misericordia, a la compasión. Resulta un escritor perfecto de terror porque muestra en la redacción la misma falta de sentimientos que el psicópata lo que le permite acertar de lleno produciendo un escalofrío que nos deja helados con su rotundidad y rapidez de relámpago, sin que por ello las páginas destilen sangre y vísceras, algo tan de agradecer (por evitar lo grueso y lo obvio, lo fácil y lo ya visto) como indicador del tipo de miedo que utiliza el autor.
Una colección interesante, variada y acertada que consigue renovar aspectos de su género y no sólo a través de su novedoso formato.