Cultura

Zapatos

Divirtámonos un poco, bromeemos… Los españoles confunden cosas tan dispares como lo son la seriedad y la profundidad. Mi filósofo favorito es Diógenes, el cínico, el perro, el del barril, que todo se lo tomaba a risa. ¡Con decir que iba por Atenas en pelota y se masturbaba en público!

Zapatos, de repente, por todas partes. Diógenes no los tenía: iba descalzo. Nosotros, siempre excesivos, siempre esperpénticos, nos permitimos el lujo, en plena crisis, de tener un presidente que se llama Zapatero. Nomen est omen, decían los latinos. O sea: el nombre marca, es ominoso, amenazador, funciona como una especie de brújula del destino…

Zapatero es palabra ambigua. Lo es, zapatero, quien fabrica zapatos, quien los vende y quien los remienda. Ninguna de las tres acepciones encaja en lo que hace el hombre que nos gobierna. Remendón, desde luego, no lo es, porque todo lo desarregla. Vendedor, tampoco, pues hace mucho que su tienda está vacía. Y fabricante, menos, pues las fábricas, de zapatos o de lo que sea, suelen cerrar a su paso.

Hojeo apresuradamente el tumbaburros. Zapatera, dice éste, es la comida que queda correosa por haber sido guisada hace mucho tiempo. Nos vamos acercando. Las ideas de Zapatero, y de los socialistas en general, son decimonónicas. Ya no hay quien las digiera.

El mundo al revés: lo progre es regre. Los latinos llevaban razón. Tenemos un presidente correoso. ¡Si por lo menos tuviese correa!

Más zapatos. Se los tiran, a pares, a Bush en el país donde desencadenó una guerra.

Mal asunto. Ya nos descalzamos, a veces, en los aeropuertos. Pronto tendremos que hacerlo en todas partes. Lo harán, al menos, los periodistas cuando cubran ruedas de prensa. Sería chusco que Zapatero, verbigracia, recibiese un zapatazo. Chusco e inquietante. Lo mismo ganaba votos. España es así.

No creo que los chicos de la LOGSE sepan quién fue Kruschef. Se lo aclaro. Era también jefe de gobierno: el de la Unión Soviética, nada menos. Hace casi medio siglo se hizo célebre gracias a uno de sus zapatos. Asistía a la Asamblea General de las Naciones Unidas y se lo quitó para golpear con él, a modo de protesta, la repisa delantera de su escaño. No le sirvió de mucho. Hoy ya nadie se acuerda de él. A Zapatero, en cambio, será difícil olvidarlo.

Anda por ahí un chavalote que el otro día tiró una zapatilla a su madre. Seguro que ya sabe el lector de lo que hablo. Ese chico apunta maneras. No me extrañaría que llegase a ser jefe de cualquier gobierno. En España hay muchos. Diecisiete, ¿no? Así nos va.

Zapatos, decía, por todas partes. Divirtámonos un poco, bromeemos, bailemos un zapateado… Es lo que haría Diógenes.

Posdata. Soseki, el gato literato, sigue dando que hablar. La novelista y periodista Silvia Grijalba, tribuno de las letras en Las noches blancas, le ha dedicado un cuento conmovedor. Es éste…

Soseki, el gato sin botas

Soseki era un gato sin botas. Cuando llegó al castillo del Caballero del Escarabajo y la Emperatriz Naoko, las dejó en el jardín, cerca del Olivo. En el Castillo del Frío, los zapatos eran un estorbo.

Un día, cuando las primera nieves empezaron a poner sombreros a los Budas del castillo, Soseki comprendió que su misión había terminado y que sólo le quedaba por dar una última lección a esos que la gente llamaba sus amos. Tenía que advertirles del peligro de una máquina que habían traído desde muy lejos y que podía provocar un accidente terrible.

Durante aquélla semana, Soseki empezó a despedirse. El era un gato exquisito, cultivado, un gran lector y un extraordinario escritor que pasaba horas y horas tecleando en la Olivetti del Caballero del Escarabajo. Quería irse avisando. Lo dejó todo preparado. Ronroneó, se frotó con los habitantes del castillo, impregnó de su olor todas las esquinas, embadurnó sus patas (sin botas) con tierra, se paseó por las mesas de cristal del nuevo templo de Eleusis y dejó en ellas sus huellas casi invisibles, que sólo los elegidos podrían descubrir.

Sabía que su marcha iba a provocar dolor, pero lo tenía todo preparado para que fuera lo más leve posible. Había elegido a otro gato sin botas que parecía su gemelo y le había aleccionado sobre cómo hacer feliz al Caballero del Escarabajo y la Emperatriz Naoko. Se fue tranquilo. Volvió al Olivo del jardín, desenterró sus botas de siete leguas y siguió su destino de gato aventurero, se fue a recorrer el universo.

Para Fernando y Naoko.
Con todo mi cariño,
Silvia Grijalba

Gracias, Silvia. Naoko, Soseki y yo te las damos. Nuestro nuevo gato, que aún no tiene nombre, también.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.