Cuando me enteré de que se había hecho una versión de la excelente novela de Dirk Wittenborn me ilusioné ante las grandes perspectivas que se avecinaban, porque se trata de una historia de grandes dimensiones, que, sobre el papel escrito, es realmente atractiva y profunda hasta límites a los que rara vez se llegan.
Sin embargo, cuando pude ver, al fin, ‘Gente poco corriente’ quedé ampliamente decepcionado. Una vez más, los adaptadores cinematográficos, en su empeño por ser demasiado fieles a la novela, han caido en los mismos errores de siempre.
Metraje demasiado largo, personajes accesorios que no aportan nada a la historia cinematográfica, ritmo descompasado, y argumentos paralelos que en la novela funcionan bien pero que en el cine fracasan estrepitosamente.
Porque, como siempre te digo, la literatura y el cine son lenguajes diferentes, que pueden compartir una historia, pero no la pueden, o no deberían, desarrollarla de la misma manera, de la misma forma que cualquier chismorreo de vecina no se cuenta de la misma forma en castellano que en inglés.
Lo único que se salva de ‘Gente poco corriente’ son las interpretaciones, de entre las que destaca, por supuesto, el incombustible e inigualable Donald Sutherland, del que siempre esperas que aparezca en un parque de Washington D.C. para desvelar alguna trama conspirativa.
Por ello, si tus amigos te propone otro plan, acéptalo, sin duda, porque ésta es la mejor película que nos trae el fin de semana, ¡qué Dios (o quién sea) nos pille confesados!