Nos enseñan que recibir medallas, trofeos, condecoraciones, diplomas son los premios a una trayectoria en alguna meta realizada de la vida y sí claro que se siente satisfacción, orgullo propio y ajeno cuando alguien a quien admiramos o en algunos casos a nosotros se nos proporciona alguna distinción.
Pero no es igual recibir medallas y honores por haber fusilado personas que por haberlas salvado, no es igual haberlas salvado a costa de otras vidas inocentes, como no es igual recibir ovaciones por alcanzar una meta si a costa de esa meta se pisotea a alguien.
Algunas veces no se reciben esos premios, incluso se pierde pero al perder se aprende el valor de la humildad, el aprecio por el sacrificio propio y ajeno, la fuerza para volver a luchar por la meta, la resistencia, la sana competencia; cuando somos adultos se puede establecer esa diferencia, lo que realmente me entusiasma al analizar este tema es saber lo que nuestros jóvenes y niños están aprendiendo porque serán ellos las nuevas generaciones, los que de acuerdo con las conductas aprendidas y lo que hayan cultivado en su mente y su corazón serán ellos los que se motiven a ser un dictador o un demócrata, un agiotista o un economista que aproveche los recursos en beneficio propio y común; un deportista campeón admirable o un campeón tramposo y así puede trasladarse a cualquier rol o situación de la vida propia o que afecte el interés social de las diferentes comunidades humanas.
El premio puede ser para unos tangible: una casa, medalla, dinero, trofeo o puede ser el reconocimiento, la aceptación social, el escalar posiciones en algún grupo, más que el premio en sí mismo es el camino recorrido, la experiencia acumulada, el efecto propio y ajeno lo que produce la satisfacción pero que puede perderse en algún instante. Muchas veces no estamos prepararados para cuando se pierde y volver a luchar cuantas veces sea necesario; también para cuando se gane mantener el norte y no obnubilarse con vanidad, tiranía o egocentrismo que son los vicios que traen consigo la injusticia hacia terceros. Es mejor tener de resultado humano: un Gandhi que a un Hitler, aunque ambos hayan conseguido grandes metas. O tener por hijo a un humilde campesino que a un ladrón de cuello blanco. Quizá la vanidad no sea la misma pero de seguro la sociedad será mejor.
por Eugenia Castaño Bohórquez, escritora