Cultura

Amarillo en tres

j-j-conde

La vida mía de cuando era un niño. Mi vida de niño no sonriente. De los surcos creados tras cada sueño. De la Isla Chica. De las espadas, el pincho, el aro de hierro, los caballos de caña de cañaveral, la billalda. El juego de los botones en el zaguán de mi casa. La libertad de los callejeros perros. El carbonero. Las bicicletas del portugués. La palmera de las escalas. La gavia. Fernando Barranco y Miguel: la amistad primera. Los pantalones de pana con tirantas. El chocolate Pinky, el pan con manteca y azúcar, Cola-Cao en desayunos y meriendas… Y la plazoleta. Continuamente aquella plazoleta de tierra árida. Y en esa mágica noche, en el cine Apolo de verano, José Luis y su guitarra.

Naturalmente que la recuerdo. Ahí está. Fotografiada y amarilla, atravesando la bruma de mi rostro coloreado por las primeras sensaciones del amor. Como hada de Gustavo Adolfo Bécquer: apareciendo y desapareciendo. De cabellos de oro. De cuerpo de plata y aroma de marisma. Que como amanecer marinero asomaba su vida por entre las rendijas de la puerta marrón de la casa de la plazoleta. Naturalmente que la recuerdo. En esa plazoleta y en esos paseos interminables a lo largo de la acera del Estadio. En esa plazoleta la recuerdo. La recuerdo en esa plazoleta como un grito que deja clavado el viento en las retinas para siempre. Que en esa plazoleta, solamente tú. En ese trozo de mis sueños, solamente tú, solamente tú, sólo tú.

Aquellos paseos como acompañante ilusionado, junto a Antonio, Lola y Rosa María. En parejas y por el sendero de todos los días: desde la barriada de Tartessos, pasando por el Barrio Obrero, hasta el taller de costura del Matadero. El tonteo amoroso por el camino amarillo. Los roces con los brazos, las manos. El murmullo y las risas a escondidas de Rosa María y Lola. Antonio atreviéndose con los pellizcos y yo, con la timidez a cuestas, guardándome los deseos en los bolsillos de mi chaquetón azul oscuro tirando a negro. El mismo camino. Con los mismos dardos envenenados de aquellas dos quinceañeras: que si Ramón era más alto, más serio y más guapo; que si Manolo era el más simpático; que ojalá pudieran conocerlos; que si pudieran tocarles las chaquetillas de cuero… Y Antonio y yo nos quedábamos atrás comiéndonos por dentro, aunque supiéramos que el Dúo Dinámico estaba de gira un tanto lejos.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.