Cuando tenía 20 años el futuro se abría ante mí y el pasado era ajeno e insignificante, como un minúsculo espacio temporal guarnecido ante la indiferencia.
Cuando tenía 20 años me lanzaba en brazos del romance sin pensar en las consecuencias, y toda fémina tenía un punto de interés para mis perversiones pasionales, las cuáles nunca quedaban plenamente satisfechas.
Cuando tenía 20 años los bares me aguardaban para cerrar y los camareros me llamaban por mi nombre, preguntándose por las razones de mi ausencia cuando éstas se producían.
Cuando tenía 20 años correteaba por el campo de fútbol sin dolencias, sin talento, pero con ardor, con pasión, y con ilusión.
Cuando tenía 20 años escribía desde las entrañas, las palabras surgían a borbotones a cada golpe de teclado, y mi cabeza nunca regía el sentido de las frases que se iban formando en la pantalla del ordenador.
Cuando tenía 20 años la ilusión me desbordaba, el futuro me esperaba, y mi alma estaba limpia. Ahora, ya no tengo 20 años, la ilusión solo aparece a cuentagotas, el futuro ya partió, y mi alma se ensució.
Cuando tenía 20 años era una buena persona, ahora solo aspiro a ello.