Juegos Olímpicos. Me he ofrecido a ir allí como corresponsal de guerra, y ni caso. Escribo desde la retaguardia y lo hago a cuento del dopaje. Es de suponer que éste acuda a la cita de Pekín. Medio mundo se rasgará entonces las camisetas de cinco anillos mientras los deportistas hacen pucheros, los cronistas se llevan la pluma a la cabeza y los organizadores desempolvan proverbios confucianos. ¿Por qué se da tanta importancia a un asunto al que no se le atribuye ninguna en otros órdenes de la vida? Todo dios, desde que el mundo existe, se dopa o se ha dopado. Sostenía el antropólogo McKenna que el mono se hizo hombre cuando empezó a consumir plantas psicotrópicas. Adán y Eva mordieron el fruto del árbol de la Ciencia, y pasó lo que pasó. Decía, por cierto, Mark Twain que el error de Dios fue prohibir a Eva la manzana, porque si le hubiera prohibido la serpiente, se habría zampado a Satán. En China lo hacen, deglutir la piel seca o beber la sangre de los ofidios venenosos, para follar mejor. Yo lo probé en Japón y… Quizá fuese efecto placebo, pero no estuvo nada mal. Tengo, desde entonces, una víbora de Okinawa metida en una botella de aguardiente y cuando las circunstancias lo aconsejan me sirvo un chupito. El maná también era alucinógeno. Lo tomó Moisés, y vio la zarza ardiente. Lo tomaron los de las Doce Tribus, y fue el Becerro de Oro. ¿Qué había en el menú de la Ultima Cena? Carne y vino de Dios. Da que pensar. El enteólogo John Allegro lo hizo y llegó a la pintoresca conclusión de que Jesús era un hongo a cuyas virtudes visionarias rendían culto los apóstoles. Umberto Eco planteó con guasa la posibilidad de que éstos y su jefe fueran una pandilla de borrachuzos pertenecientes a una cofradía gastronómica. ¿Sigo? ¿Me pongo, por ejemplo, a mencionar artistas que hayan recurrido a estimulantes para aguijonear la inspiración? Los hay a cientos. ¿Invalida eso su obra? ¿Deberíamos destruirla, borrarla de los manuales, expulsarla de los museos y las bibliotecas, prohibir su difusión, desposeer a sus autores de los premios que se les hayan concedido? Los estudiantes de mi época preparábamos los exámenes a fuerza de pastillas. Los de ahora, también. ¿Nos abrirán a todos expediente académico? ¿Invalidarán los títulos? Yo he tomado cafeína para escribir esta columna. Venga, venga, señores… El dopaje no hace al monje. ¿Rebasaría un alfeñique en cabeza el Alpe d¿Huez, ganaría el torneo de Wimbledon o batiría en Pekín el récord de los cien metros lisos si se pusiera hasta el culo de anabolizantes? ¿Restan mérito los subidones químicos a las proezas físicas, artísticas, intelectuales o sexuales? Sabido es que Salamanca no da lo que natura no presta. Cualquier deportista puede recurrir a estimulantes si lo juzga oportuno. Los venden en internet. No ha lugar a agravios comparativos ni a merma de la competitividad. Músculos, cifras, distancias, cronómetro, altura, energía, voluntad… Obras y medallas son amores. Lo demás no cuenta.
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Sobre el Autor
Jordi Sierra Marquez
Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.