La vida de Julián Marías, vital e intelectualmente tan fecunda, queda dibujada en su completa trayectoria desde el momento en que pasa a ser un clásico del pensamiento en lengua española. El arco de su peripecia vital, que alcanza la mayor parte del siglo XX y el comienzo del XXI, forma un círculo limpio, coherente, un dibujo de claro trazo; una obra de arte (la mejor obra de los grandes hombres es su propia vida.) Ahora vemos, quizá con el tiempo lo vayamos viendo más claramente, en su completa dimensión la vida de este hombre escasamente comprendido, cicateramente recompensado en la vida cultural y social de España.
Julián Marías pertenece a una brillante generación de intelectuales españoles. Generación -o grupo- marcados por dos rasgos: a) vienen de un ambiente educativo y cultural muy rico (maestros como Ortega, Zubiri, Menéndez Pidal, Morente, prodigiosa Universidad de Madrid, organismos como la Junta de Ampliación de Estudios), están abiertos al pensamiento europeo, tienen un amplio horizonte intelectual, lo que les crea grandes expectativas. b) Estas posibilidades se ven truncadas por un acontecimiento histórico atroz, la guerra civil, que les coge en plena juventud o en la primera madurez, en el momento más inoportuno para marcarles el resto de sus vidas. La guerra parte en dos prácticamente la vida intelectual española. Algunos (Laín, Torrente, Dionisio Ridruejo, Tovar), aunque luego tienen su “reciclaje” democrático, se adhieren al bando nacional. Otros (Castro, Alberti, Montesinos, Sánchez Albornoz, tantos más) tienen que continuar sus vidas y carreras fuera de España. La situación de Marías es un tanto especial. Identificado con la causa republicana, con lo que ésta tenía de modernización, amigo de Julián Besteiro, conoce la cárcel y corre un serio peligro durante la contienda. Sin embargo, su ideología liberal moderada, su fe católica le apartan de los excesos en que derivó lo que pudo ser un reformismo inteligente.
Llegado el fin de la guerra y el largo período franquista, Marías tiene el estigma de no ser un “hombre del régimen”. Esto le cierra algunas puertas, como la de la universidad, pero se le permite escribir y ejercer su magisterio, en España y fuera, con cierta holgura. Pudo, por ejemplo, ingresar en la Real Academia, con disgusto de Franco, pero haciendo patente cierta independencia de la institución. Marías siempre pensó que la cultura española tenía que seguir su curso, que había que seguir trabajando y creando con un sentido de continuidad que sobrevuela la coyuntura meramente política.
Cuando llega la democracia, cuando muchos intelectuales presentan credenciales de antifranquismo y pedigrí democrático de toda la vida, Marías sigue su trabajo limpio y coherente, sin alharacas, defiendo sus ideas de siempre: la idea de España, de su unidad y diversidad, de su magnífica cultura; las ideas éticas de concordia, verdad, autenticidad, libertad; las creencias de un hombre de profundas raíces cristianas. Es sintomática de su generosidad intelectual su aceptación de la Monarquía (de la que tantas cosas valiosas ha escrito en su última etapa), él que había estado en la cárcel acusado de republicano. Marías ha sido siempre un intelectual in partibus infidelium. Hombre de convicciones firmes pero templadas, en un país donde todo se agrava y se extrema; donde todo se tiñe de partidismo y enfrentamiento. Hay un texto de Valera -citado por el propios Marías- que puede darnos la clave de esta trayectoria intelectual y de su carácter minoritario en España: “A la escuela liberal, o dígase a la gente sensata e ilustrada, le inspira horror igualmente toda afirmación dogmática como las de Donoso y Torquemada y toda negación intrépida como las de Prodhoun y Babeut; a la escuela liberal (…) le causa horror la locura”, por lo que “la escuela liberal, esto es la gente sensata e ilustrada, está condenada a no gobernar largo tiempo a los pueblos que no son ni ilustrados ni sensatos”. Esta “gente sensata e ilustrada” en la historia intelectual española, esta “tradición olvidada”, se llama Jovellanos, Valera, Marañón, Ortega, Marías. Pocos más.