Cultura

Mi planta de naranja lima. José Mauro de Vasconcelos

Mi planta de naranja lima. José Mauro de Vasconcelos.

«-Es un aeroplano. Está haciendo…
Me interrumpía. Tenía que pedir de nuevo al tío Edmundo que me repitiese aquella palabra. No sabía si era <<acorbacia>>,<< acrobacia>> o <<arcobacia>>. Era una de ésas. Es que no quería enseñársela mal a mi hermanito».
Página 27.
«-¿Por dónde hablas?
-Los árboles hablan por todos lados: por las hojas, por las ramas, por las raíces. ¿Quieres verlos? Acerca el oído aquí, a mi tronco, para que oigas latir mi corazón».
Página 36.
«-De vez en cuando, podría usted dárselo a ella, en lugar de a mí. Su madre lava ropa y tiene once hijos: todos pequeños aún. Dindinha, mi abuela, todos los sábados les da un poco de judías y arroz para ayudarlos y yo comparto mi buñuelo, porque mi mamá me ha enseñado que debemos compartir nuestra pobreza con quien es aún más pobre».
Página 82.
«[…] pero ya sabe usted cómo son los niños. Basta que uno haga algo para que a todos los demás les entren ganas de hacerlo».
Página 131.
Hay libros que te parten el alma de lado a lado, que tocan lo más profundo que hay dentro de nosotros. Que nos ponen en paz con la vida y nos hacen reflexionar sobre la pobreza real y la miseria de un mundo terrible, pero también hermosísimo. Pero sin cursilerías. Sin sensiblerías previsibles.
Libros que son reales, que nos hablan de la naturaleza humana más allá del tiempo y la ubicación geográfica que sirven de coordenadas a la Historia. Dickens habría dado un brazo por reflejar la injusticia social con la belleza con que consiguió hacerlo José Mauro de Vasconcelos con este libro, clásico de la Literatura brasileña y universal, estoy seguro.
Leí el libro por primera vez a los veinte años y no pude evitar las lágrimas. Han pasado catorce años desde entonces y el libro vuelve a emocionarme hasta empañarme la vista. Porque late vida en él. Porque el ser humano es capaz de las mayores grandezas y las más terribles crueldades. Porque el espíritu de un niño (no todos son tan avispados como el protagonista de Mi planta de naranja lima) es pura humanidad sin domesticar por la sociedad y la política. Lo cual no quiere decir que tenga tendencia a la bondad sin más, que no haya travesuras (que en definitiva son pequeñas maldades) dentro de él. Este libro no habla de esa pureza santurrona de quienes atribuyen a los niños una inocencia impecable desde el punto de vista de los adultos. Este libro habla de las personas de carne y hueso, del complejo y maravilloso mundo de la infancia. Y de la terrible encrucijada de las sociedades pobres, de los padres abocados al desempleo y la desesperación. De una violencia que nace de la frustración personal. De las relaciones familiares, del temprano despertar de la conciencia a golpes de la vida.
El protagonista, y también el narrador de la historia es un niño muy pequeño (recuerdos, parece, de la infancia del propio autor), pero un niño muy precoz. Un niño que parece haber aprendido solo a leer. Una mente inquietísima y despierta con un amor gigante por la vida. Pero es también alguien muy castigado por el desempleo paterno, por los castigos físicos que recibe cada vez que hace una travesura. Su vida es terrible. Tiene conciencia de ser alguien MALO, con letras mayúsculas. Alguien de voluntad siempre guiada por el diablo, como le hacen pensar algunos adultos de su entorno.
Por todo ello tenemos un espectador y un protagonista excepcional, de cuya dulzura y aprendizajes vamos nosotros a su vez aprendiendo a apreciar el mundo en el que vive, con su tío jubilado; el vendedor callejero de partituras y letras de canciones; su hermano pequeño, Luis, para quien transforma un corral con gallinas en todo un zoo con panteras negras… un continuo viaje de descubrimientos; etc. Y si bien es verdad que todo ello parece excesivo y muy avanzado para alguien de seis años de edad, lo cierto es que el corazón inundado de amor y sorpresa nos impide pensar en ese tipo de detalles. Este «diablillo» nos transforma, como al Portugués, nos reconcilia con la infancia, nos muestra cuánto amor puede caber en el cuerpo y la mente de las personas.
El lenguaje utilizado por José Mauro de Vasconcelos dispara directamente, con su sencillez, pero también con sus continuos aprendizajes, al corazón; nos traspasa con episodios donde nos conmueve, nos hiere, nos hace sonreír o nos arranca las lágrimas al compás de una vida cruel, dura, pero también maravillosa. Tan maravillosa como lo es el comprender nuevas palabras, su existencia y significado, la sonoridad de las mismas, su rareza, su expresividad. Así es como lo vive este niño que nos obliga a pensar en nuestro apasionamiento por la vida, por cada hoja que caía de un árbol o cada nueva imagen que aparecía ante nosotros y precisaba de la explicación de un adulto para completar nuestra visión “mágica” de aquel nuevo elemento hallado.
Una lectura imprescindible; un libro que, de ser obligatorio en las escuelas secundarias o institutos, podría ayudar a plantear a los adolescentes la corrupción del mundo occidental en que vivimos, y la falta de aprecio por el bienestar que se nos proporciona, la pérdida de valores y humanidad, al mismo tiempo que a comprender la bondad y la crueldad con las que es posible con que el mundo puede mostrársenos y con que, de hecho se nos mostrará. Pero que, de ser obligatorio para los adultos, nos reconciliaría, al menos durante el tiempo que durase la lectura, con nuestra pasión inocente, con nuestra ilusión primera frente a la existencia… y nos replantearía que somos nosotros quienes tenemos la opción a la hora de comportarnos y convertir nuestro mundo en un infierno o un camino hacia estados mejores. Una ocasión para llorar y sentir que detrás del pecho, lo que late es algo más que carne y sangre.
Imprescindible, imprescindible e imprescindible.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.