Cuando Charles Dodgson, más conocido como Lewis Carroll, se enfrentó a la petición de su sobrina de diez años Alicia Liddle, “TÃo, cuéntame un cuentoâ€, no sabÃa hasta qué punto su cuento iba a hacerse realidad. Alicia estaba creciendo para convertirse en una de esas personas mayores cuyas obligaciones mundanas, a la orden del dÃa, no pueden posponerse. Entonces Charles, la miró y la colocó imaginariamente en una habitación con un frasco, pudiendo elegir entre crecer o no. En medio de esa meditación apareció la primera persona adulta de ese mundo que durante más de una tarde llenarÃa la cabeza de unas sobrinas a punto de convertirse en jovencitas: el conejo blanco. Apresurado y con reloj en mano, habla consigo mismo: “¡Es tarde! ¡Es ya muy tarde!â€.
Ahora que llega el verano, la enfermedad modernista de las “prisas†se toma un descanso y las vacaciones devuelven la paz y tranquilidad a la sociedad, aunque solo sea temporalmente. Los conejos blancos se retiran a sus madrigueras veraniegas y guardan, dentro de lo posible, los relojes, que ni parados, pueden detener el tiempo. Somos inconscientemente conejos blancos, presos de las manecillas en constante movimiento.
Hace un año acudà a un campamento de verano de monitora, y cuál fue mi sorpresa cuando al llegar los jefes confiscaron todos aquellos objetos que pudieran marcar el paso del tiempo. “Vamos a vivir libres de relojesâ€, fue su sentencia.
Sólo recuerdo el temblor de mis piernas cuando entregué mi Swatch azul de pulsera en aquella bolsa donde permanecerÃa toda una semana. “Seré tontaâ€- me dije a mà misma- “cualquiera puede vivir unos dÃas sin relojâ€. Y asà fue, no sin un gran sacrificio.
Durante una semana nos convertimos en «alicias» despreocupadas en mitad del paÃs de las maravillas, o sea, en plena fauna y flora leonesa. Si al principio nos agobiaba desconocer la hora, al final rechazamos la vuelta de nuestros preciosos marca tiempos. Dicen que «todo lo bueno acaba», y asà fue. Con el final del campamento volvieron los relojes a nuestras muñecas, y con ellos, las preocupaciones, el estrés… por eso hay quien dice que ser «alicia» una vez al año, no hace daño.