«The Klan spread beyond Tennessee to every state in the South and included mayors, judges, and sheriffs as well as common criminals. The Klan systematically murdered black politicians and political leaders. It beat, whipped, and murdered thousands, and intimidated tens of thousands of others from voting. Blacks often tried to fight back, but they were outnumbered and out gunned. While the main targets of Klan wrath were the political and social leaders of the black community, blacks could be murdered for almost any reason. Men, women, children, aged and crippled, were victims»: Richard Wormser, en «Jim Crow Stories»
En la pequeña ciudad de Pulaski, Tennessee, se festeja una víspera de Navidad. Un alguacil, con mascadura de tabaco en la boca, está maldiciendo esos grupillos de ruidosos negritos, que ha visto en la calle, igualándose a niñitos blancos, creyendo que, con la Proclamación de la Abolición de la Esclavitud, han dejado de ser negroes. Y que la proclama de 1863, todavía no hace dos años, significa falazmente que, por voz de Lincoln, en Pulaski, como en cualquier otro rincón del Sur Profundo, la comunidad cristiana los empareja. O ha de tolerarlos. Ellos, como alguaciles y ex-alcaldes de Pulaski, tienen el lema «Unity of all white Christians»: unidad de la América Cristiana de piel blanca..
En esta temporada, los negros se vuelven lamentosos. Mendigan como pordioseros, aún en áreas del blanco, con la excusa de adquirir lo necesario para un regalito que dar a sus críos. Ya se atreven a merodear en las iglesias del blanco, asegurando que éste, el feligrés confederado, sacará alguna centavería de los bolsillos, por piedad evangélica, y la dará a ellos sin más ni más y, con ésto validará que la Navidad sea blanca y ciega, o menos turbia y amarga para el negro.
Un ex-juez de Pulaski, que no quiso dar su nombre, ni chotearse de algún republicano que se haya infiltrado en la reunión, se puso un gorro cónico por el que sólo se miran sus ojos, azules y vívidos como un mar picado. Escucha con atención las quejas de los veteranos de la colapsada Confederación. Le explican que los negroes se sienten engrandecidos y les están quitando los empleos a los alguaciles blancos.
El negro está tan polarizado que hasta a sus hijos les advierten cómo sacarse un dinero extra, a expensas del blanco, para regalos en Navidad, cuando se espera a un tal Santa Claus, gordo bonachón que vestido de rojo, con acicaladas y espesas barbas como la nieve, da regalos. «Puede que, por primera vez, en Pulaski, los niñitos de piel oscura y uno que otro judezno, reciba obsequios y vea renos tirando un carruaje donde sentado va el viejito gordo y barbado», le dicen las madres a sus críos. «Sobre todo, hay que portarse bien, nene».
Para que ésto se cumpla, sin que nadie se los pida, van los chicuelos de los negroes a limpiar los jardines o portales de las iglesias, aquellas que nunca se dijo que pisaran. Quieren portarse bien, con decencia y mérito, para que Santa Claus, se acuerde de ellos. En realidad, no están mendigando, como dice el alguacil, con dentadura amarillenta, el que masca tabaco.
El ex-juez, con su ridículo gorro puntiagudo, como de un frigio de la edad remota, es un beatón trasnochado, de los que adujo: «Eso de darle regalitos a negros pobres, al chiquillerío, me parece lo de menos. Eso es cosa de una vez al año. Lo que me conturba es ésto, amigos míos: Que de Tennesse a Arkansas, los republicanos blancos se crean con el derecho de sacar de sus oficinas, con el voto de los negros, a funcionarios honrados… de modo que el verdadero enemigo de nosotros es el Secretario de Guerra de Lincoln, Edwin Stanton, quien no quiere hacernos partícipes de la mínima sombra y beneficio institucional de la legalidad y autoridad civil que teníamos antes de la Proclamación y el fin de la guerra contra la Unión republicana… No se equivoquen, con reacciones emocionales de odio por los hermanos y hermanas de la raza negra, no haremos mucho. Somos cristianos, sobre todo. Católicos y anglicanos».
«Pero cristianos blancos, con el derecho a autopreservarnos, y marcarles una distancia a esos negros engreídos, supersticiosos y bembos», volvió a decir el masca-tabacos.
«Señor Juez, otro principio, expondré ante los caballeros. El Imperio del Sur es nuestro territorio natural y debemos defenderlo aunque la Confederación haya sido derrotada. Si una organización nueva tiene que surgir de este nuevo orden que Lincoln ha impuesto con sus Carpetbaggers y Scalawags, es que Kuklos sea territorial y que seamos nosotros quienes tengamos el poder policial y no las fuerzas militares invasoras del Norte demócrata y sus tribunales militares que nos tratan como ciudadanos de segunda clase en Nuestro Sur».
«Entiendo que, cuando hay un vacío de autoridad apropiada, la gente sin educación ni trabajo, sin hogar y sin dinero, como es la negrada, se acumule en Pulaski, con sus riesgos. Hay blancos a los que les está pasando lo mismo. Pequeñas familias, indefensas, viendo que llegan negros en pandillaje, o desesperados por el hambre».
«¿Y es a nosotros a quien nos corresponde socorrerlos? ¡Que lo haga Lincoln, carajo! Yo si veo un negro, rondando mi casa, le disparo y no pregunto un bledo».
«Por de pronto, lo que hay son niños que esperan a Santa Claus. Somos privilegiados, si se quiere, porque aquí, en Tennesse, por lo menos, los negros no han ultrajado nuestras mujeres. No andan velándonos para asesinarnos», dijo el antiguo juez a los exaltados.
«El que quiera quitarme mi empleo, será sobre mi cadáver», agregó el alguacil mascatabaco.
Y a la reunión que pretendía ser abierta, o más o menos privada, ya que se hacía en un bufete de abogados, llegaron diversidad de blancos, ex-soldados confederados y ciudadanos preocupados de Pulaski. No había un solo demócrata aquella mañana del 24 de diciembre de 1865. Todos republicanos. Mas, inesperada cosa, se apareció encapuchado, al estilo del juez, otro que no dijo su nombre, sólo que vino en representación del Gobernador del Estado, Mr. Brownlow. Al parecer, uno quien se interesa en el asunto de los hurtos y raterías que se dan en Tennesse por causa de tantos confederados en miseria. «La preocupación del Gobernador no es otra que, según los informes que él tiene, los rateros, cuatreros y ladrones, son blancos. Y citó el caso del general Robert E. Lee quien, excusándose con la bandera de guerra y la voz de una Patria Confederada del Sur, por las rutas que él fue pasando, dejaba un itinerario o historial de hurtos»…
En su disertación, aludió a lo sucedido en abril: Su ejército de retirada cruzó líneas del General Johnson. Dejó su ejército intacto, pero les robó las mulas y los caballos, como un vulgar cuatrero. Y dejó desnudos a sus soldados; pero, «hasta sus ropas, les hurtó de los cordeles cuando estaban colgadas para secarse al sol». Lo dicho creó muchos murmullos desaprobativos.
«¡Esto es el colmo!», repitió con iracundia un ex-Teniente de Memphis. «¡Esto es el colmo de los colmos!», gritó ya a boca de jarro. Fue quien había batallado por la Conderación en ciudades como Fort Donelson, Shiloh, la primera reyerta en Murfreesboro, Chickamauga, Fort Pillow, los cruces de Brice’s Crossroads, la segunda batalla de Memphis, la tercera en Murfreesboro y, finalmente, en Nashville.
«¡Usted es un cobarde espía de Lincoln! Usted es un infiltrado de la Unión y sus negros asquerosos», le dijo.
Y tanta fue su iracundia que se avalanzó sobre el dizque emisario del Gobernador Brownlow, y le quitó la capucha, rompiéndola por entre los boquetes que dejaban ver su boca y su bigote ralo. «Yo le sacaría los ojos aquí mismo como a un negro y lo colgaría de un árbol». Y tenía la intención de hacerlo, pero otros de los llamados Hombres del Kuklos, o del Círculo dirigente de la Unidad de la América Cristiana, lo impidieron.
Al fin, ya más tranquilos y por moción de orden, le pidieron al maltratado emisario de Brownlow, que se fuera antes que ocurriera algo peor. Y le cedieron la palabra a quien dijo llamarse Lieutenant general Nathan Bedford Forrest, «el que no necesita tapujos para representar la legitimidad de la Nación Blanca, quien sin instrucción militar formal fue comandante de divisiones», quien estableció doctrinas y comportamientos militares que inspiraron a que se le llamara por el propio Presidente de la Confederación, Jefferson Davis y el ahora desprestigiado por ese espía rufián, «que sacamos a patadas», General Robert Lee, «Wizard of the Saddle».
«Sí, yo soy el Mago de las Cabalgaduras, de quien Jefferson Davis y Lee dijeron que no se usaron a plenitud mis talentos. Y es cierto, tengo fama también de especulador y amante al juego; envidia que me han tenido los gobernadores advenedizos, porque mi fortuna la puse al servicio de la Confederación».
¡Qué de linduras sobre sí mismo dijo quien, a mediados del decenio de 1850, fue exitoso traficante de esclavos en su natal Memphis y quien, en su llamada Escolta o Fuerzas Especiales, seleccionó entre 40 a 90 soldados temibles, la élite de la Caballería! Nathan B. Forrest explicó que ocho de esos soldados eran esclavos que él tuvo antes de la guerra. «Me instruyeron sobre sus defectos de raza».
Entonces, habló sobre lo que llamó doctrinalmente «mobile warfare» y se autocitó de una arenga que dio a sus soldados en mayo de este año. Se describió como «un demócrata, enemigo de los republicanos de la Unión» y dijo: Que los votantes negros pueden ser, sin coerción, persuadidos de regresar al status quo que prevaleció antes de la guerra, y hacerse colaboradores de una organización político-militar de índole protectiva, como la que él visualiza.
«Para que esos unionistas vengativos, que nos hostilizan, y para callar la boca de un Gobernador que amenaza con colgarnos, si los jueces y fiscales, aún unionistas, desobedecen las órdenes de servir los derechos de protección a vidas y propiedades de todos, sean negros o blancos, hay que aprender a organizarnos y neutralizar las Ligas de Leales a los unionistas, tan dados a romper la unidad de los blancos y su idea de una América Cristiana, o al menos, el Sur católico… Tenemos que aprender, como aprendí yo, de mis esclavos. Son tres millones de negros libertos, engreídos, y yo sé algo sobre sus mañas y sus temores… Señores todos, Caballeros de lo que hoy llamaré Miembros del Kuklos, el Gran Círculo del Klan, clanistas John Lester, James Crowe, John Kennedy, Calvin Jones, Richard Reed, y Frank McCord, los unjo en nombre del Ku Klux / Kuklos / porque me han invitado a este bufete legal, el foro… y sí, voy a explicarles lo que será la
primera Navidad, auspiciada por Dragones. Desde hoy nos llamaremos los Dragones del Kuklos y hoy mismo, a medianoche, aprenderán sobre la marcha a caballo… cómo hacer que los Republicanos Radicales, apoyados con sus negritos emancipados, nos repeten de una vez por todas. Que nos devuelvan los derechos de ciudadanía, de voto y de elección a cargos públicos. El derecho a sostener empleos sin amenaza de despedido; el derecho a que el vencedor se comunique sin menosprecio a la Confederación sagrada, que todavía representamos. El Sur no ha muerto. Ahora es que comienza a vivir y decir lo que es»…
Se le aplaudía a rabiar. Y a Nathan no había quien lo callara…
«Esto lo aprendí de mis ocho negros, a los que hice sabios magos de la noche», decía con su voz trémula de apasionamiento
«¿Cómo? ¿Cómo?»
«Ustedes serán mis dragones contra los negros superticiosos. Ahí está el secreto, ahí… ¿Que si está la negrada esperando a Santa Claus con sus trineos y renos? ¡Vamos a darle la Navidad esta noche!»
«¿Cómo, don Nathan, cómo?»
«Yo se los muestro, con detalles, esta misma noche y en caliente. A medianoche. Nocturnal pranksters. Ese es el cómo se da escarmiento a unionistas radicales, a secuaces de los negros de Lincoln. Medicina mágica con la cuchara de los Dragons’s highjinks, a mi estilo».
Y llegó la noche y se quedaron para los preparativos después que dieron por terminada la reunión. «Son ustedes la vanguardia del Círculo de Dragones», les dijo. Nathan Bedford no me come cuentos y ya había traído las túnicas fantasmales. Túnicas blancas, con gorros que les harían parecer en las tinieblas de los caminos y tugurios negros como verdaderos espantos, salidos de ultratumba. Con tales se vistieron todos. «Vamos a darles la Negra Navidad con diablerías nocturnas, mascaradas, altos bandazos, siniestros tambores y los desprevenidos se cagarán del susto».
Y así fue. Llenaron de pánico a niños que esperan su dulce Santa Claus y, en vez del viejo gordito, llegaron los fantasmas a caballo. Enmascarados cuatreros gritando palabras tenebrosas, insultos en latín e inglés antiguo. Y ese día los negros y campesinos no lo olvidaron, temblaban encerrados en sus casas. Los niños aferrados al pecho de sus madres, ya no quisieron que jamás llegara otra vez el Santa Claus de los blancos.
24-12-2007