Todo ser humano es un librepensador por definición, dado que todo ser humano nace con la capacidad de pensar, y el pensamiento, también por definición, es libre.
Hasta no hace tanto, a las personas que influían – o lo intentaban – con sus pensamientos sobre las masas se las llamaba intelectuales, y estos , generalmente, provenían del mundo de la cultura. Hoy en día el término intelectual está casi en desuso, sustituido en el imaginario popular por el de ‘librepensador’, término este que admite con unas tragaderas más anchas tanto a finos pensadores como a toda suerte de personas que, en fin, para qué vamos a titularlos. Librepensador, como he dicho, lo somos todos.
Decía Jean Paul Sartre que un intelectual es una persona que se mete donde no le importa.
Y es que los intelectuales solían ser como una mosca cojonera para los poderes políticos, dado el carácter contestatario que por definición acompañaba al término.
Ya no quedan moscas cojoneras. Descansen en paz.
Ahora hay ‘librepensadores’, que es la sustitución en el uso del intelecto propio por el copia y pega intelectual que nos es dado y masticado desde las altas esferas del pensamiento único.
Encontrar héroes capaces de salirse del cuadro con capacidad para atreverse a decir que el rey va desnudo es cada día más complicado.
Ni siquiera en el mundo del arte y la cultura quedan ya variantes a las soplagaiteces oficiales. Todo lo que nos llega desde los medios de comunicación de masas, y casi todo lo que digerimos en los pequeños medios pertenece a un mismo pack, con la única diferencia de poder elegir el envoltorio y el mensajero. Por eso me ha sorprendido gratamente leer en este mismo medio un artículo valiente, de esos en los cuales el autor (Sebastián Agulló) se atreve a cuestionar públicamente los méritos científicos de una de las personas más conocidas y ‘respetadas’ del mundo: Stephen Hawking. Hay que ser muy honrado y valiente para exponerse así en público, y lo digo desde el desconocimiento más absoluto sobre ciencia.
El artículo de Agulló me ha recordado a otros artículos escritos por otra de estas personas anónimas – pero sobradamante preparadas-, sobre Eduard Punset, ‘divulgador científico’ que tiene los mismos conocimientos sobre ciencia que servidor, pero que goza de un altísimo nivel de aceptación popular entre quienes visualizan su programa televisivo creyendo que el ínclito es una especie de eminencia científica. Es lo que tiene el pack único; que convierte en gurus de cualquier cosa a verdaderos vendedores de humo, como Punset.
La libertad es una cosa muy jodida, porque para ejercerla se requiere valentía para enfrentarse a uno mismo, a sus contradicciones y ‘abolladuras’ intelectuales.
Por eso la mayoría de la gente adopta el modo »light» de ser libre, que es el de asumir los pensamientos dados como propios, y a la masa de correligionarios como una parte más de si mismo, haciendo y diciendo lo que hacen y dicen sin cuestionar nada, simplemente por afinidades. Por eso vemos cada día como los debates políticos son cualquier cosa menos debates. Se han convertido en monólogos funestos donde uno habla, chilla, los otros no se molestan en escuchar, y cambio de turno. Diálogo de sordos a voces.
Y es que pensar cuesta. Es inevitable hacerlo, de hecho lo hacemos todo el rato. Pero hacerlo con el fin de cuestionarse las cosas: dudar, dudar y finalmente dudar, cuesta el doble. Es más sencillo creer en algo, sea una ideología política, religión o incluso nacionalismo sin cuestionarse nada, al calor que mejor nos caliente. Y si por encima, los modelos a seguir no son otra cosa que ‘aborregados‘ artistas, más pendientes de qué hay de lo mío, o famosetes de realitys sospechosos de no haber leído un libro en su vida por propia voluntad, o escritores tan políticamente correctos que son incapaces de escribir una línea crítica con el poder establecido, pues blanco y en botella, mansedumbre.
Pero la mansedumbre de hoy en día nada tiene que ver con la de antaño, cuando la ciudadanía carecía de medios para informarse y formarse intelectualmente, y por ello estaba en desventaja con los poderes económicos y las élites que sí tenían información y formación. La mansedumbre de hoy es una mansedumbre soez, de gente que tiene al alcance de su mano tanto medios para su información, como para su formación, pero que los desechan en favor de lo fácil.
Como decía el maestro comunicador Jesús Quintero, en su programa Los Ratones Colorados, para qué buscar ser mediocres si todos podemos ser geniales.
Claro que también decía en otro programa, con más razón que un santo, que hoy en día la gente presumía de ser ignorante, de no haber leído un libro »en su puta vida», y para qué formarse, si el modelo de éxito lo marcaban futbolistas, tertulianos mal educados y famosetes por meterse en la cama con cualquier otro famosete. Y así con todo.
Es innegable que nunca antes la humanidad había gozado de mayores oportunidades para desarrollarse como individuos libres. Tan incuestionable como que cuanto más acceso tenemos a la información y formación, más se desechan los medios y el fin ideal de conseguir individuos intelectuales, de sentirnos libres intelectualmente.
La moda es ser ‘librepensadores’ dentro de un universo de soplagaitas incapaces de articular ideas propias fuera del redil en el que cada cual abreva libremente.
Basta echar un vistazo a los medios de comunicación para comprobar que la disidencia ideológica se paga con la expulsión, el ostracismo y vituperios. Intenten opinar en periódicos digitales en contra de sus tesis, por muy razonadamente que lo hagan sólo encontrarán rechazo, cuando no faltas de respeto e insultos. Intenten encontrar noticias favorables a los ideológicamente distintos en un medio con una determinada tendencia ideológica, y verán que la manipulación y las mentiras están al orden del día. Intenten encontrar personajes relevantes en la vida pública que disientan del pensamiento único en vivo y en directo. Intenten ser ustedes mismos disidentes a este gran hermano…
Se encontrarán con un ejército de ‘librepensadores’ dispuestos a destriparlos en nombre de la verdad, sin cuestionarse nada; tanto si hay otros argumentos compatibles con los suyos, o qué parte de razón puedan tener quienes osan decir que el rey va desnudo.
Lo más simpático de todo es que se creen tan distintos los unos con los otros que no se enteran de que forman parte de la misma moneda. Lo vemos hoy, en política, donde las falsas izquierdas y derechas son lo mismo, incluso los que critican a la casta y no dejan de ser parte de la casta. Lo vemos hoy en el mundo académico universitario, donde el debate no existe porque no interesa que los alumnos aprendan que existe vida inteligente más allá de las cátedras. Lo vemos hoy en el mundo cultural, en cada una de sus vertientes; la misma música, la misma chusca e insulsa literatura sin arriesgar nada, el mismo cine facilón para pasar un rato, las mismas series de televisión repetidas hasta la saciedad…
Vivimos en un mundo de ‘librepensadores’ donde ni aparecen nuevos pensamientos, ni se deja opinar libremente en contra de lo establecido sin que te lluevan hostias como panes. Menos mal que siempre nos quedarán los libros de antiguo, el cine cuando era cine, la música cuando se hacía música. Y aún todo esto lo dudo, como dudo de todo lo anteriormente escrito, y siempre me quedará la duda.
No hagan ustedes caso de estas soplagaiteces, en todo caso. Siempre me meto donde no me importa.