Después de la lluvia caÃda durante la noche, el rÃo mostró su poder y arrastró algunos troncos en su crecida. Uno de ellos impedÃa el paso desde el sendero hasta el pequeño embalse en donde cuidaban hermosos peces dorados. El Maestro convocó a sus ayudantes y les preguntó si entre los tres serÃan capaces de quitar aquellos troncos, o deberÃa pedir ayuda al abad del monasterio para que le enviase a algunos monjes. Sergei saltó ofendido y exclamó:
– ¿Qué van a pensar de nosotros esas cabezas rapadas, Maestro, si les pedimos ayuda? Voy a tener tomaduras de pelo durante varios dÃas cuando vaya a por alimentos al almacén del ecónomo.
– Mira, Sergei, que hay un tronco que parece pesado y ya no eres la liebre corredora que llegó aquà hace unos años.
– Maestro, no te fÃes de mi aspecto, ¡tengo la misma fuerza que hace años!
Ting Chang sonreÃa porque ya habÃa ido por la tarde con el Maestro a intentar mover el tronco sin resultado.
– ¡Allá tú, Sergei! Yo que tú recordarÃa lo que le sucedió al Mulá cuando vivÃa en Uzbekistán. ¿Quieres saberlo?
– Bueno, Alma Noble. Si insistes…
– El Mulá habÃa ido a pretender trabajo como jardinero a la casa de un letrado para conseguir algo de dinero con el que pagar sus deudas. El letrado miró a aquel enturbantado Mulá que se apeaba de su asno y le pareció bastante viejo, pero se dejó convencer cuando el Mulá le dijo “Aunque mi aspecto te parezca el de un viejo ¡tengo la misma fuerza que hace cuarenta años!†A los pocos dÃas, el letrado le pidió que trasladara unos pilares de piedra al otro lado del jardÃn. El Mulá se fue muy decidido a realizar la tarea pero, por más que lo intentó, no consiguió mover ni una de las columnas. El viejo letrado le dijo, no sin cierta sorna: “Me pareció haberte oÃdo decir que tenÃas la misma fuerza que hace cuarenta añosâ€. A lo que NasrudÃn le respondió sin inmutarse: “Asà es, la misma fuerza, lo que ocurre es que, entonces, tampoco hubiera sido capaz de mover estas piedras endemoniadas, ¡porque las carga el mismo diablo!â€
– Maestro – intervino rápido Sergei -, nada más hermoso que obedecer a las personas mayores cuya experiencia desborda nuestras posibilidades. De paso que voy a ver al ecónomo a por algo de té, le transmitiré tu deseo de que vengan algunos monjes jóvenes y fuertes para que puedan ejercer la compasión del Buda.
por J. C. Gª Fajardo