Sociopolítica

Karma

Islas Gili (Lombok, Indonesia), 22 de mayo de 2009

¡Ay de mí! La escapada termina.

Huí de Kuta (el infierno), huí de Ubud (el limbo), pasé cinco días maravillosos en Yogyakarta (ya hablaré de ella. No he podido hacerlo. Está, si le quitamos las motos, los coches y un par de avenidas plagadas de adefesios, casi igualita a como era cuando hace cuarenta años la visité) y me vine a las islas Gili, que están muy cerca de Bali, pero muy lejos de su contaminado, degenerado e insoportable estilo de vida. También hablaré de ellas, si ha lugar, que lo habrá, pero hoy me siento incapaz de hacerlo.

Estoy en un bareto. Aquí no hay coches. He encargado una tortilla de… A buen entendedor.

Miro al horizonte y se me encoge el alma. Dentro de unos días, muy pocos, ya no lo veré.

La escapada, como dije, toca a su fin. Vuelvo a Vandalia y a sus pequeñeces, tan molestas, en ocasiones, como los tábanos. Supongo que redactaré la próxima entrega de Dragolandia embutido ya, como el cerdo ibérico, el chorizo de Cantimpalos y la morcilla de Burgos, en las tripas del avión que me lleve a Madrid.

Lo del cerdo, el chorizo y la morcilla va con bala, con baba (mala, malísima) y con intención. No sé si España es un destino en lo universal, como decía José Antonio, pero sí sé, por experiencia propia, que ser español es una condena a la pena capital. No le dejan a uno dejar de serlo.

Lo intenté el 31 de diciembre de 1980. ¿O fue en el 79? No importa. Estábamos a punto de ingresar -lo haríamos al día siguiente- en la Unión Europea y, a modo de exorcismo, envié un telegrama al Ministerio de Justicia solicitando que se me concediera el estatuto de apátrida.

Y ni caso.

¡Hombre! ¡Digo yo que por lo menos podrían haberme extendido la clásica receta de Larra, que también tuvo la desdicha de nacer en el país donde yo lo hice, por más que ahora nos vendan, a burro muerto, la cebada de su centenario!

Ya saben: Vuelva usted mañana.

Pues, como digo, ni eso. Silencio administrativo, y a joderse, joven. Procure nacer en otra parte la próxima vez que lo haga.

Descuide, señor ministro. Así lo haré, suponiendo, claro, que Buda lleve razón y la reencarnación exista.

Dios guarde a usted menos de un año.

Fin de la instancia y fin de la infancia (entendida, a título metafórico, como paraíso).

Partir no es morir un poco, como dicen los franceses. Volver, en cambio, es morir un
mucho.

Y eso es lo que yo, a contrafuero, me dispongo a hacer.

¿Es una locura? No. Es un suicidio, pero no me queda alternativa. Nací español y, para dejar de serlo y reencarnarme, tengo que morirme.

Sea. Abandono el paraíso. Vuelvo a Vandalia.

¡Y, encima, hay elecciones!

¿Qué delito cometí contra vosotros naciendo?

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.