Cultura

El Pensador de Rodin

Desde hace unos días se deja ver en la plaza de Santo Domingo de Murcia el imponente broce de Auguste Rodin titulado El Pensador. Es la segunda vez que me fascino al contemplar tan magnífica escultura. La vi por vez primera en Granada, junto al Teatro Isabel la Católica. Hará de aquello unos cuatro años.

Pero ahora como entonces, al goce estético que supone observarlo se une tal desazón que el lamento resulta del todo irreprimible. Una obra que simboliza como ninguna otra la reflexión, la inteligencia y el pensamiento, es una obra que hoy conduce de manera contumaz a la melancolía. Se dirá que en ninguna época ha existido mayor índice de alfabetización que en la actual. Cierto. Se dirá que no se conoce periodo histórico que gozase de un mayor acceso a la educación y la cultura que el nuestro. Verdad. Se dirá que jamás se han publicado más libros, organizado más exposiciones y construido más universidades que en nuestros días. Así es. Pero dudo que alguien con un mínimo de criterio pueda negar que haya existido época alguna en la que las élites intelectuales y culturales se hayan visto más ignoradas que en el nuestra. Del mismo modo, nadie con los ojos mínimamente abiertos podrá dejar de observar el hecho de que nunca hubo tiempo en que los mediocres, en lo que a inteligencia y bagaje cultural se refiere, hayan gozado de mayor ascenso y reconocimiento social que en nuestros días. Triste, injusta y condenada sociedad aquella que ignora a los sabios y enaltece a los estúpidos.

Basta con ver quiénes son los referentes actuales: deportistas con más gomina y tatuajes que otra cosa, cantantes de letras y melodías que más que pegadizas resultan pegajosas, profesionales de nada convertidos en famosetes de medio pelo… Si recalamos en la literatura, sucede que lo triunfante es la majadería adolescente de un tal Moccia o las conjeturas psedohistóricas, pseudomísticas y pseudoliterarias de un tal Brown. Y si saltamos al mundo de la política y sus medios de información-propaganda, la cosa es para echarse a llorar. Abrir un periódico provoca sonrojo, de Público a La Razón. Oir la radio es de vergüenza ajena, de la Ser a la Cope. Ver la televisión hace que se te caigan todos los palos del sombrajo, de la Sexta a Intereconomía.

Conduce a la melancolía, como ya he dicho, contemplar hoy al coloso pensante de Rodin. Con su materia gris en pleno funcionamiento, en total ebullición, parece que el hercúleo personaje se rebanase los sesos en vano buscando una posible solución para este mundo en febril decadencia.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.